jueves, 4 de febrero de 2010

Comiendo cocos frente al mar

El pingüino Barbarón viajaba en su Ferrari volador desde la Antartida a Paris y desde Paris a Moscú. Cargaba el coche de cocos en las islas del Pácifico y perseguía una estrella hacia el norte, donde los cocos no crecen.

Tronca Bala, la gorda pelirroja de enorme corazón, faltaba al colegio donde enseñaba ciencias de la exploración para encontrarse con Barbarón en la Cueva del Gato. Sentada frente al mar, con sus gafas de motorista y su casco verde y azul, parecía una terrible dragona durmiendo la siesta de una merienda de princesas tristes.

Barbarón llegaba alborotándo con su motor rugiente y siempre apresurado. Compartían un coco, bebiendo primero el agua de su interior y cascándolo después contra una roca afilada. El último bocado de su carne blanca significaba una nueva despedida, así que ambos comían lentamente disfrutando del sonido del mar y de su mutua compañía.

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